miércoles, 10 de agosto de 2011

Coctel íntimo de Lulo (sin alcohol)


Coctel Íntimo De Lulo
Autor: Isis Juliette Núñez Sánchez

Le coloqué ese nombre teniendo en cuenta que la mezcla entre la leche condensada y el jugo, se hace íntimamente (completamente), lo cual se lleva a cabo de manera lenta, haciendo que cada sorbo sea especial.
Ideal para parejas de enamorados.
Ingredientes (2 porciones)
-      2 lulos medianos
-      1 sobre de leche condensada
-      6 cucharadas de azúcar
-      Hielo picado (4 cubos por porción)
-      1 vaso copado de agua (1/2 vaso por porción)
Preparación:
Se corta una parte de cada lulo, lo suficiente para hacer una estrella con ella, se coloca en el congelador durante el tiempo que se tarde en hacer la preparación (sin haber hecho la estrella).
Se mete al congelador también la leche consensada para que espese un poco.
Se decora el vaso con la leche consensada, por dentro, haciendo figuras para cubrir parte de las paredes del mismo (decoración 1).  Se mete en el congelador mientras está lista nuestra preparación.
Luego se parte el restante del lulo en la licuadora, partiendo en 4, le añadimos el azúcar y el agua.  Lo licuamos por 1 minuto.
Luego colamos nuestra bebida y la vertemos el jugo en cada vaso hasta poco más de la mitad.  Se le echan los cubos de hielo y se hacen las estrellas de lulo para colocarlas en el borde del vaso, hacer un corazón grande en el centro y otro pequeño al lado.
¡Listo, una dúlce y deliciosa bebida que seduce los sentidos!
El tipo de vaso utilizado es el Collins.
Realmente, cuando hubo que usar la creatividad para este coctel, empecé a pensar primero en mi fruta preferida y luego de esto, pude darme cuenta que debía hacer algo con ello.  Pensando, llegó esta idea de hacerlo con decoración de leche condensada y parece que fue gran idea, porque me sentí en el cielo al beberla.
Presentación final:
  

miércoles, 8 de junio de 2011

MARIA JOSÉ

"El día que mi hija María José nació, en verdad no sentí gran alegría porque la decepción que sentía parecía ser más grande que el gran acontecimiento que representa tener un hijo. Yo quería un varón. A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres, (mi esposa y mi hija) una lucía pálida y la otra radiante y dormilona. En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisa do María José y por el negro de su mirada fija y penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura, su carita, su sonrisa y su mirada no se apartaban ni un instante de mi pensamiento; todo se lo quería comprar, la miraba en cada niño o niña, hacía planes, todo sería para mi María José".

Este relato era contado a menudo por Randolf, el padre de María José: Yo también sentía gran afecto por la niña que era la razón más grande para vivir de Randolf, según decía él mismo. Una tarde estábamos mi familia y la de Randolf haciendo un picnic a la orilla de una laguna cerca de casa y la niña entabló una conversación con su papá; todos escuchábamos. 

- Papi, cuando cumpla quince años, ¿cuál será mi regalo?
- Pero mi amor si apenas tienes diez añitos, ¿no te parece que falta mucho para esa fecha?
- Bueno papi, tú siempre dices que el tiempo pasa volando, aun¬que yo nunca lo he visto por aquí.

La conversación se extendía y todos participamos de ella. Al caer el sol regresamos a nuestras casas.
Una mañana me encontré con Randolf frente al colegio donde es¬tudiaba su hija quien ya tenía catorce años. 

El hombre se veía muy contento y la sonrisa no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me mostró el registro de calificaciones de María José. Eran notas impresionantes, ninguna bajaba de veinte puntos y los estí-mulos que le habían escrito sus profesores eran realmente con¬movedores, felicité al dichoso padre y le invité a un café.

María José ocupaba todo el espacio en casa, en la mente y en el corazón de la familia, especialmente en el de su padre. Fue un domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a misa, cuando María José tropezó con algo, eso creímos todos, y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para que no cayera. Ya instalados en nuestros asientos, vimos cómo María José fue cayendo lenta¬mente sobre el banco y casi perdió el conocimiento. La tomé en brazos mientras su padre buscaba un taxi y la llevamos al hospital. Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le infor-maron que su hija padecía de una grave enfermedad que afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, que debía prac¬ticarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.

Los días iban transcurriendo, Randolf renunció a su trabajo para dedicarse al cuidado de María José, su madre quería hacerlo pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran superiores a los de él. Una mañana Randolf se encontraba aliado de su hija cuando ella le preguntó:

- ¿Voy a morir, no es cierto? Te lo dijeron los médicos.
- "No mi amor, no vas a morir, Dios que es tan grande, no permitiría que pierda lo que más he amado en el mundo", respondió el padre.
-Los que mueren... ¿Van a algún lugar?.. ¿Pueden ver desde lo alto a las personas queridas? ¿Sabes si pueden volver?
-Bueno hija, en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola. Estando en el más allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última instancia utilizaría el viento para venir a verte.
-¿El viento? ¿Y cómo lo harías?
-No tengo la menor idea hija, sólo sé que si algún día muero, sentirás que estoy contigo cuando un suave viento roce tu cara y una brisa fresca bese tus mejillas.

Ese mismo día por la tarde, llamaron a Randolf. El asunto era grave, su hija estaba muriendo, necesitaban un corazón pues el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más. i Un corazón! ¿Dónde hallar un corazón?

Lo vendían en la farmacia acaso, en el supermercado, o en una de esas grandes tiendas que hacen propaganda por radio y televisión. ¡Un corazón! ¿Dónde?

Ese mismo mes, María José cumpliría sus quince años. Fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante, las cosas iban a cambiar. El domingo por la tarde, ya María José estaba operada. Todo salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total! Sin embargo, Randolf no había vuelto por el hospital y María José lo extrañaba muchísimo. Su mamá le decía que ya que todo estaba bien, sería él quien trabajaría para sostener la familia.

María José permaneció en el hospital por quince días más; los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón estuviera firme y fuerte y así lo hicieron.  Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá con los ojos llenos de lágri¬mas le entregó una carta de su padre.

"María José, mi gran amor: Al momento de leer mi carta, debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu pecho; esa fue la promesa de los médicos que te operaron. No puedes imagi¬narte ni remotamente cuánto lamento no estar a tu lado en este instante. Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una pregunta que me hiciste cuando tenías diez años y la cual no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie jamás ha hecho. Te regalo mi vida entera sin condición alguna, para que hagas con ella lo que quieras, ¡Vive hija! ¡Te amo!".

María José lloró todo el día y toda la noche. Al día siguiente, fue al cementerio y sentándose sobre la tumba de su papá lloró como nadie lo ha hecho, y susurró: "Papi, ahora puedo comprender cuánto me amabas, yo también te amaba aunque nunca te lo dije. Por eso también comprendo la importancia de decir te amo. Y te pedi¬ría perdón por haber guardado silencio".

En ese instante las copas de los árboles se movieron suavemen¬te, cayeron algunas flores y una suave brisa rozó las mejillas de María José. Alzó la mirada al cielo, sonrió sintiendo a su papá a su lado, se levantó y caminó a casa.









Agradecemos esta aportación a Mary Escajadillo

jueves, 10 de febrero de 2011

UN BESO DE DESPEDIDA (Autor: Camilo Núñez)

Ella le dio un beso en los labios.  Un  beso que sólo se le da al ser más amado, un cálido y sentido beso.

Él cerró los ojos y sintió que flotaba en un ambiente de aromas deliciosos y voló con su mente propulsada por los recuerdos hacia el día que la vio por primera vez.

Recordaba con impresionante claridad que fue un día lunes que ella entró a la oficina donde el jefe los había citado para presentarlos y acordar algunas estrategias de trabajo.

Cuando ella hizo su aparición en el umbral de la puerta, él sintió que un escalofrío lo invadía y su piel pareció experimentar una súbita corriente de aire polar; en la boca del estómago sintió que confluía todo cúmulo de extrañas fuerzas que se apropiaban de aquellas que le permitían permanecer de pie.  Sin saber en qué momento, se sentó y se dispuso a completar su observación de ese desfile de reinas en donde sólo había una participante: ¡Ella!

La vio como ningún hombre la había mirado hasta entonces: célula por célula y la conclusión de tan minucioso examen arrojó el resultado: "¡Es perfecta!"

Y era cierto, ella era perfecta, aunque su belleza era de esas de carácter especial, de aquellas que el común de la gente no puede apreciar y que sólo  viéndola como él la observaba ahora, se podía distinguir la infinita majestad del atractivo de su persona: ¡Quedó hechizado!

Para ser completamente honesto debo decir que no sólo estaban ellos tres en la habitación, pues también se encontraba Cupido, dispuesto a flecharlo irremediablemente y para siempre.

Cuando el jefe los presentó y ella dijo su nombre, él pensó que nunca había escuchado una voz tan dulce y deliciosa.  Le dijo su nombre sólo por la costumbre y volvió a quedarse mudo.

 Mientras su jefe les explicaba las estrategias él comenzó a soñar con ella y no dejó  de hacerlo sino hasta cuando el jefe terminó de hablar, en ese momento pudo comprobar lo relativo que es el tiempo pues sentía que había soñado con ella horas enteras pero sólo fueron ¡Unos pocos minutos!

Desde ese día sólo vivió para ella, para amarla e idolatrarla; aunque ella no lo sabía.

Sentía deseos de verla, de oír su voz, de ver sus movimientos y quería que todas las horas fueran de trabajo para poder contemplarla; pues él sentía que su preciosa voz era como un secreto masaje que lo hacía relajarse y sentirse único.

Un día pensó en decirle que la amaba (ya que de tres años de conocerla estaba seguro de que era así), pero pensó que echaría a perder todo y ella no le hablaría más, por eso no le dijo nasa, prefirió callar su amor por temor a perderla...

Ahora él estaba en su lecho de muerte y ella había venido a visitarlo.  Él se alegró muchísimo al verla, cuando se le acercó, la miró con la mirada más romántica que le quedaba, ella le tomó las manos y le dijo: "Hoy voy a hacer algo que he querido hacer desde el día que te conocí"; y dicho eso, le besó los labios.

Él sintió que perdía el conocimiento, que flotaba en un ambiente de aromas deliciosos, se prendió a ese beso con las pocas fuerzas que le quedaban.  Besando la caricia, sintiendo por toda si piel una corriente que lo fulminaba, se fue para el lugar de donde no se vuelve jamás.