jueves, 10 de febrero de 2011

UN BESO DE DESPEDIDA (Autor: Camilo Núñez)

Ella le dio un beso en los labios.  Un  beso que sólo se le da al ser más amado, un cálido y sentido beso.

Él cerró los ojos y sintió que flotaba en un ambiente de aromas deliciosos y voló con su mente propulsada por los recuerdos hacia el día que la vio por primera vez.

Recordaba con impresionante claridad que fue un día lunes que ella entró a la oficina donde el jefe los había citado para presentarlos y acordar algunas estrategias de trabajo.

Cuando ella hizo su aparición en el umbral de la puerta, él sintió que un escalofrío lo invadía y su piel pareció experimentar una súbita corriente de aire polar; en la boca del estómago sintió que confluía todo cúmulo de extrañas fuerzas que se apropiaban de aquellas que le permitían permanecer de pie.  Sin saber en qué momento, se sentó y se dispuso a completar su observación de ese desfile de reinas en donde sólo había una participante: ¡Ella!

La vio como ningún hombre la había mirado hasta entonces: célula por célula y la conclusión de tan minucioso examen arrojó el resultado: "¡Es perfecta!"

Y era cierto, ella era perfecta, aunque su belleza era de esas de carácter especial, de aquellas que el común de la gente no puede apreciar y que sólo  viéndola como él la observaba ahora, se podía distinguir la infinita majestad del atractivo de su persona: ¡Quedó hechizado!

Para ser completamente honesto debo decir que no sólo estaban ellos tres en la habitación, pues también se encontraba Cupido, dispuesto a flecharlo irremediablemente y para siempre.

Cuando el jefe los presentó y ella dijo su nombre, él pensó que nunca había escuchado una voz tan dulce y deliciosa.  Le dijo su nombre sólo por la costumbre y volvió a quedarse mudo.

 Mientras su jefe les explicaba las estrategias él comenzó a soñar con ella y no dejó  de hacerlo sino hasta cuando el jefe terminó de hablar, en ese momento pudo comprobar lo relativo que es el tiempo pues sentía que había soñado con ella horas enteras pero sólo fueron ¡Unos pocos minutos!

Desde ese día sólo vivió para ella, para amarla e idolatrarla; aunque ella no lo sabía.

Sentía deseos de verla, de oír su voz, de ver sus movimientos y quería que todas las horas fueran de trabajo para poder contemplarla; pues él sentía que su preciosa voz era como un secreto masaje que lo hacía relajarse y sentirse único.

Un día pensó en decirle que la amaba (ya que de tres años de conocerla estaba seguro de que era así), pero pensó que echaría a perder todo y ella no le hablaría más, por eso no le dijo nasa, prefirió callar su amor por temor a perderla...

Ahora él estaba en su lecho de muerte y ella había venido a visitarlo.  Él se alegró muchísimo al verla, cuando se le acercó, la miró con la mirada más romántica que le quedaba, ella le tomó las manos y le dijo: "Hoy voy a hacer algo que he querido hacer desde el día que te conocí"; y dicho eso, le besó los labios.

Él sintió que perdía el conocimiento, que flotaba en un ambiente de aromas deliciosos, se prendió a ese beso con las pocas fuerzas que le quedaban.  Besando la caricia, sintiendo por toda si piel una corriente que lo fulminaba, se fue para el lugar de donde no se vuelve jamás.